viernes, 20 de marzo de 2015

RELATO AZTECA



El teléfono sonó:
 
-Perdón por la molestia. ¿Puedes no venir a mi oficina un momento, por favor?
-Claro que sí. Me abstendré de ir con mucho gusto. Incluso podría asegurar que será un instante especial en mi vida.
-Gracias. La verdad es que tengo un montón de pendientes por hacer y me gustaría que no me ayudaras.
 
Y del ojo de cristal de la bella joven cayó una lágrima de resina de cedro.
 
El caballero del zodiaco azteca había sido un click de playmobil en su juventud. Desarrolló su consciencia a base de tomar drogas benignas hasta llegar al mismo nivel de inteligencia que los conquistadores benévolos japoneses. La princesa azteca ya no le recordaba. Nadie sabe quien fue. No lo reconocen.
 
Ya pasó el tiempo del diluvio, cuando un conquistador menos odioso se había instalado en su páramos de plata. Descubriendo que sus vidas eran colillas, y que sus vidas de playmobil en su galaxia de Tente eran fácilmente inflamables como aerosoles. Fúmame, le había dicho una vez el Emperador menguante, en su extraña jerga prediluviana.
 
Hasta que la ONU bombardeó el poblado, dividiéndola en dos barrios: uno arameo, comandado por Liza Minelli y el otro musulmán; las dos zonas unidas por un solo punto, el llamado puente entre civilizaciones. Es entonces cuando decidió unirse al grupo yihadista, pero sólo como miembro no contributivo, lo que le daba de facto derecho a un asiento en el consejo de seguridad, así como un paquete de acciones preferentes.
 
Pero no habiendo agotado el periodo de relación especial consigo mismo, el Duque vio pasar por delante de sí todas las existencias que se arremolinaban en su cerebro: robadas, vulneradas, condenadas todas por su propia responsabilidad.
 
-¿No me amas, Senador?
 
Y la preciosa chiquilla se había convertido ya en un árbol. El árbol en madera. La madera en fuego.